Black Glitter Pointer

domingo, diciembre 15

Te trataré como a un diario. (I)

Hoy quería hablar sobre la experiencia que he tenido este fin de semana, concretamente el viernes cuando volví a Madrid. Madrid tiene una parte que odio, y otra que me llega a gustar. Pero es un sitio en el que no viviría nunca.

Lo que vengo a reflejar es la pena que da. Por la noche estuvimos dando comida y ropa de abrigo a la gente que está en la calle, (como ya hicimos anteriormente), y curiosamente, al mismo llegar se acercó José a darme dos besos y un abrazo. ¡Se acordaba de mí! Me dijo: Cariño, cómo te voy a olvidar.
Clavó sus ojos azules y su sonrisa en mí, parecía el hombre más alegre del mundo con tan poco. Ese abrazo fue quizás lo más gratificante del día. Alguien en Madrid me recordaba, alguien que ve a diario miles de caras, se acordaba de mí, y de mi nombre.
Le ofrecimos fruta y una sopa caliente, era lo mínimo que podíamos hacer.

Después vi rostros conocidos, y busqué a Antonio, Moosi y a Garfield, pero no les encontré. Quise decirles: Eh, os he echado de menos, me acuerdo de vuestras historias.
Pero no les vi. Quizá esa noche estuvieran en algún lugar mejor, quién sabe, a lo mejor bajo un techo con calefacción...con una cena mejor, o eso espero. Tenía muchas ganas de ver a Moosi, en parte tocó mi corazón. Quería ver cómo le iban las cosas, aunque sería una pregunta muy precipitada. Espero volver a verle en Febrero.

Luego conocí a Carlos, Francisco y a dos señoras mayores. Francisco me recordó a un personaje de televisión, y Carlos a un actor de película. A la señora que le di el bocadillo y Francisco me cogieron de la mano al despedirse. Fue como un: me alegro de que me hayas escuchado esta noche.
Sonreían. Mientras contaban su historia, sonreían.

Lo más triste del viaje fue la vuelta. Yo una vez que los veo, y hablo con ellos, no me quiero volver. Porque aquí, la vida pasa como si nada pasara. Aquí tengo que preocuparme por gente que no me hace caso, o tengo que estar triste porque sí. Mientras que fuera de aquí hay gente que tiene menos que yo, y sonríe. Aquí hay gente que se dedica a criticar en anónimo de lo cobarde que es, o a las espaldas. Allí se hace feliz a más de cien personas con una simple manzana. ¿Y qué importa lo que fueron? Yo sé cómo son.

Y me quejo, y me encierro, como si nunca fuese a llegar la persona que escuchase mi historia. O se acordara de mi nombre.

Puede que odie Madrid, pero iría allí todas las semanas sin dudarlo. Sólo para que me aprieten de la mano al despedirse.

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